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Sanando heridas de batalla

Publicado Miércoles, 22 de Octubre de 2025

Quizá te preguntes: si no vivimos en una guerra, ¿qué es una herida de batalla? Estas heridas no son físicas, sino aquellas que el alma guarda en silencio: los secretos, las pérdidas, las desilusiones o los fracasos que nos marcaron profundamente. Son las cicatrices invisibles que duelen en lo más hondo, que nos hicieron llorar o dudar de nosotros mismos y, a veces, hasta del sentido de la vida.

Así como la piel o nuestro cuerpo se rompe frente a un golpe, una cortada, un trauma. Nuestra alma, nuestro corazón, también se rompe cuando el golpe de la realidad la sacude y la quiebra y nos lleva a preguntarnos, desde la duda y la incertidumbre, por el sentido de nuestra existencia, por nuestra identidad, por nuestra valía, por nuestras seguridades, por la bondad de Dios.

Para sanar, necesitamos hacer un viaje interior cuya finalidad es elaborar nuestro dolor y avanzar, transformándonos y renaciendo. Quizá viviendo la metáfora que el arte Kintsugi nos representa. Este arte japonés consiste reparada, al reparar los objetos de cerámica rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Parten de creer que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.

No siempre es fácil, pero es posible. Podemos quedarnos atrapados en el sufrimiento o elegir sanar, crecer y renacer con una nueva comprensión de la vida. Como dice la psiquiatra Jean Shinoda Bolen, del sufrimiento también puede brotar la sabiduría y la luz espiritual.

Recuerda que “cuando entra un grano de área en la ostra, esta partícula la hiere, por lo que la ostra segrega un líquido grisáceo que la transforma en perla”. Podemos elegir ser como esa perla, y permitir que lo que nos ha lastimado active en nosotros pensamientos creativos, conexiones nuevas con nuestra espiritualidad, fuerzas para salir y abandonar nuestra zona de confort, y transformar lo que parece negativo en un hecho positivo.

MDH Cristina Gorocica Buenfil